Blanco y Negro
Por Miguelangel Narváez
Quito, Febrero 17 de 2011
Luego de haber sido galardonada con el Premio Nacional a la Producción Teatral del Sistema Nacional de Premios del Ministerio de Cultura del Ecuador y una vez que el 2 de febrero fue estrenada en Calderón, ciudad donde reside el creador de la obra, Galo Yépez Pozo, Blanco y Negro es una obra teatral que merece un comentario desde la cotidianidad de un espectador más de las artes escénicas.
Calderón es una población que, como el resto de Quito, va encontrando a pulso el público necesario, no sólo para batir palmas, sino sobretodo para reflexionar sobre lo que pasa a su alrededor. Es una ciudad como tantas en las que los mass media no muestran interés en la cultura “popular” porque siguen empeñados en sostener el poder de una caduca clase social que aún domina en el sistema de las ganancias, publicando sin misericordia la politiquería de sus dirigentes “políticos” y la violencia que ellos mismos procrean en una sangrienta crónica roja diaria.
Blanco y Negro es una obra teatral que captura, con un tono confidencial y en una forma simple y amena, la esencia de un ser con todas sus contradicciones frente a sí mismo y frente a la sociedad. Sus escenas muestran las vicisitudes de un hombre de circo, de un payaso que ha dejado su vida en la risa del público y en las labores cotidianas circenses y que al cabo de años de trabajo recibe por su jubilación un mísero subsidio mensual para remediar, mal que bien, su angustioso presente, anhelando volver siempre a un pasado cargado de ensueños y frustraciones.
La obra está cargada de simbolismos. Contiene dos lados opuestos de una misma cabeza, de un mismo concepto. Los elementos que configuran la obra brotan y se mueven en un espacio atemporal pero con sentido, no sólo en la mente del que los crea, sino en todas las mentes que recrean el personaje en sus propias cavilaciones, viendo in situ al personaje desdoblado de la obra.
El texto surge, con intención, desde una razón bipolar, con un denso interrogatorio hacia nuestras fantasías, temores, miedos, prejuicios, amores y desamores, buscando las respuestas que cada espectador anhela descubrir y que se encuentran presentes en el continuo diálogo que mantiene el personaje consigo mismo, desdoblado entre el señor B y el señor N, como una constante lucha de contrarios de una sola esencia en constante movimiento.
Blanco y Negro escudriña la esencia de la burocracia académica, artística y cultural, hasta mostrar la farsa inmersa en cada acto ejercido por cuantos manejan sus políticas. Dentro de los protagonistas se encuentra Averroes, un elefante glotón que el circo entrega como parte de la jubilación del señor B y del señor N. Este “elefante” refleja el viejo y obeso aparato burocrático oficial que pasa la vida comiendo chismes, inoperancia y corrupción. De hecho, cuando este gran “elefante” recibe libros, instrucción, educación, cultura y arte, su panza termina indigestándose y muere atragantado entre las risas del público.
Entre actos lúdicos, el señor B comprueba que a pesar de que él estudió teatro “Teatro”, nada le quedó. Toda la escolástica de sus profesores son, en la mayoría de casos, vómitos aburridos de lo que piensa la oficialidad para “crear” un “Artista” y, claro, el estudioso señor B no entiende nada cuando va a la “práctica”, “¡por vago!” (le dicen), porque ésta se divorcia de la “teoría” preclara, autorizada a decirla así porque va destinada a los “elegidos” dentro de una Academia bizantina.
Es agradable ver cómo Galo Yépez estructura la visión común de la gente, de las “abuelas” que hablan en alta voz lo que siente el poder. Es inaudito que un niño, que un joven, recree sus sueños anhelando ser artista. Aún en pleno Siglo XXI se sostiene que la profesión de “Artista” es un disparate, pues si el joven no es dueño de una herencia económica solvente, ¿cómo puede siquiera pensar en ser tal? Hasta ella sólo pueden acceder los “predestinados” pues los “otros” caerán sine qua non en un grupo de “vagos”, prostitutas, homosexuales, “obreros” soñadores que simplemente se verán agobiados ante la “estética” de los salones y teatros oficiales.
¿Es que acaso el señor B y el señor N no creen en el arte?, no, claro que sí. En lo que no creen es en sus “Administradores”. Creen, como todo artista “Artista” en la anarquía del arte, porque son creadores. Y, como todo creador, no entienden por qué debe haber “censuras oficialistas” que detengan la creación para satisfacer banalidades personales.
Sobre el escenario dibujado entre el blanco y el negro se encuentran notas de color que reflejan la vida tal como es, que trasladan al espectador hacia la poesía de la mente del señor B y el señor N, hacia sus recuerdos románticos envueltos entre las notas nostálgicas salidas de un violín que recrean su pasado. Son notas que emergen desde el tango “Por una cabeza”, donde el clown se pierde en sí mismo embelesado entre los pasos delicados de Belinda la bailarina, personaje bipolar, como la obra misma, que se mueve entre la delicadeza del ballet y lo esperpéntico de su relación con el público.
En Blanco y Negro se hace transparente la cuarta pared donde el público puede sentir la presencia de los personajes y confundirse con ellos, sintiendo su desesperación y su esperanza, su corazonar, como en un propio espectáculo circense donde es posible entrar en el juego demente y astuto del señor B y el señor N.
Blanco y Negro tiene todos los condimentos necesarios para que tanto el niño o la niña, l@s jóvenes y l@s adult@s sientan y vivan sus acontecimientos. Es una recreación de la vida y por eso mismo es vital. Incluso los “intelectuales” tienen asidero en los asientos del teatro o de la plaza porque es una obra destinada a tod@s. Ojalá la dejen mostrarse en los sitios oficiales y sobretodo en las comunidades alejadas del “Arte” y la “Cultura” que siempre están ávidas de disfrutar de obras de calidad en estos tiempos del “Buen Vivir”.